A éstos me dirijo, que los viejos -los viejos de corazón y de espíritu, entiéndase bien- no se molesten en leer lo que no ha de afectarles en nada.
Supongo que tenéis dieciocho o veinte años, habéis terminado vuestro estudio o aprendizaje y entráis en el gran mundo; supongo también que vuestra inteligencia se ha purgado de las imbecilidades con que han pretendido atrofiarla y obscurecerla vuestros maestros, y que hacéis oídos de mercader a los continuos sofismas de los partidarios del obscurantismo; en una palabra, que no sois de esos desdichados engendros de una sociedad
decadente que sólo procuran por la buena forma de sus pantalones, lucir su figura de monos sabios en los paseos, sin haber gustado en la vida más que la copa de la dicha, obtenida a cualquier precio… Todo al contrario de esto,
os juzgo de entendimiento recto, y sobre todo, dotados de gran corazón.
La primera duda que surge en vuestra imaginación es ésta: «¿Qué voy a ser?». Esta pregunta os la habéis hecho cuantas veces la razón os ha permitido discernir.
Verdaderamente que cuando se está en esa temprana edad en que todo son sueños de color de rosa no se piensa en hacer mal alguno. Después de haberse estudiado una ciencia o un arte -a expensas de la sociedad, nótese
bien- nadie piensa en utilizar los conocimientos adquiridos como instrumento de explotación y en beneficio exclusivo, y muy depravado por el vicio debiera estar en verdad el que siquiera una vez no haya soñado en
ayudar a los que gimen en la miseria del cuerpo y la miseria de la inteligencia. Habéis tenido uno de esos sueños, ¿no es verdad? Pues estudiemos el modo de convertirle en realidad.
Pedro Kropotkin